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Crítica de cine: «Prometheus» (20th Century Fox, 2012)

Por Pablo Agustí Chinchilla

A un día de su estreno en España y dos meses después de su estreno a nivel mundial, la precuela de la saga Alien, «Prometheus» (20th Century Fox, 2012), dirigida por Ridley Scott, sigue recibiendo críticas contradictorias sin conseguir ganarse completamente ni al público ni a la crítica. Algunos la tachan agresivamente de pérdida de tiempo, dinero y expectativas mientras otros insisten en que resulta ser un filme entretenido y decididamente disfrutable. ¿Qué hay de cierto en ambas afirmaciones y a qué se debe esa reacción bipolar? Para poder elaborar un análisis realmente objetivo es necesario recordar que la película pretende responder a un interrogante abierto hace treinta años con el estreno del clásico del cine de terror y ciencia ficción «Alien, el octavo pasajero» (20th Century Fox, 1979), el del llamado «space jockey», criatura presente en los numerosos (superando la veintena) y diversos trailers del filme que nos ocupa. Es principalmente este hecho el que provoca el profundo cisma de opiniones del que adolece la obra y es precisamente por esto que analizaremos de modo independiente a ésta como película de ciencia ficción de pleno derecho y como precuela. Podéis ver el trailer de la película clicando aquí.

Como película de ciencia ficción, nos encontramos con un conjunto irregular de elementos de calidad sobresaliente mezclados descaradamente con otros más bien comunes o incluso mediocres. Así, nos presenta unos efectos visuales espectaculares que en más de una ocasión rivalizan con los vistos en la famosa «Avatar» (20th Century Fox, 2009) y que para muchos será razón suficiente para verla. Más allá de este hecho, la película presenta una interpretación en general sólo pasable que únicamente cuenta con una joya destacable, la de la soberbia actuación de Michael Fassbender en su papel del androide David. Un peligro potencial que entraña esta clase de papeles es el de no parecer creibles o incluso de resultar ridículos, pero el actor irlandés no sólo consigue evitar ésto, sinó sobresalir y encarnar a un ser de humanidad sólo aparente gracias a su economía de movimientos, su forma de observar el entorno y la actitud anormal y de ética dudosa que su personaje adopta cuando se encuentra lejos de las miradas de sus compañeros. Por su parte, la actriz protagonista Noomi Rapace ha recibido duras críticas al ser comparada con la veterana Sigourney Weaver, cosa absurda ya que interpretan a personajes completamente distintos; la interpretación de la primera desprende decisión y transmite miedo de manera eficaz, y eso es todo lo que se necesita para que un actor consiga introducir al espectador en la trama. Exceptuando a estos dos pilares interpretativos, el resto de personajes resultan anodinos, llanos y prescindibles, incluida Charlize Theron, que actúa tan bien como su papel le permite. Ésto no es de extrañar (ni demasiado reprochable) a manos de un director que en lo tocante al terror gusta de centrarse en lo extraño y que sabe que si el espectador quisiera profundas historias humanas hubiera ido a ver otra película; de hecho es bien sabida la anécdota de que redactó la historia personal de cada personaje de «Alien, el octavo pasajero» sin necesidad real, sólo para que los actores le hiciesen menos preguntas.

De repente nos topamos con una sorpresa desagradable al hablar del guión, del cual todo lo revelable aquí se puede conocer mirando cualquiera de los trailers. El responsable del mismo ha sido Damon Lindelof, más conocido por la  retorcida trama de la serie «Lost» y, al igual que en ésta, ha generado en «Prometheus» un argumento que se divide en un sinfín de hebras argumentales y deja una cantidad astronómica de información por revelar y aclarar. Si bien el argumento es absolutamente comprensible y tiene una mínima lógica para el espectador atento, en cualquier caso resulta cansada de interpretar y poco estimulante. A estas alturas cualquiera que busque el nombre de la película en cualquier buscador de Internet verá, quizá involuntariamente, las diversas y monstruosas criaturas nuevas de la película, lo que sería un aliciente si no fuera porque por su elevado número cada una tiene poco papel en el filme y antes de que el público haya asimilado la puesta en escena y muerte de una de ellas ya ha aparecido otra distinta, a veces sin necesidad y casi siempre sin carisma, en contraposición con la personalidad y el efecto aterrador del clásico Alien, empachando al público. Es curioso y paradójico que, para una película que ha insistido tantísimo en que tiene su propia personalidad independientemente de la saga Alien, casi todas sus criaturas presenten una relación con ella sin la cual se antojan innecesarias. Independientemente de este intento fallido de terror que se queda en asco, la vertiente freudiana y religiosa del argumento tiene más fuerza, sentido y espíritu épico, y es a eso a lo que el filme debe su fuerza, en caso de tenerla.

Como precuela de la saga Alien, que lo es y mucho, «Prometheus» es para la mayoría de los fans del clásico poco menos que una decepción mayúscula y una afrenta. Internet ya rebosa seguidores de Alien coléricos, referencias a la senectud de su director y caricaturas que son un cruce entre Damon Lindelof y algunas de las criaturas que aparecen en la película. ¿Está justificado este exacerbado rechazo a una película de ciencia ficción con cierta capacidad para entretener? Veamos qué es exactamente lo que sin duda justifica tan rotunda y absolutamente esa reacción negativa.

En primer lugar, hay que recordar que esta película prometía resolver un interrogante con treinta años de edad. Un sinfín de cómics, video juegos, etc. ha dado ya sus diversas y a menudo contradictorias explicaciones al enigma del «space jockey», cada una un reflejo de su autor. Además, todo este tiempo sólo ha conseguido aumentar las ansias y curiosidad de  los fans acérrimos. Esa reacción agresiva de rechazo por parte de tanta gente viene multiplicada por este hecho.

¿Porqué esta reacción? «Alien, el octavo pasajero» fue una película de terror que cambió en gran parte el género. Acabó con la era de las películas de terror en que un hombre con un traje de aspecto seboso se bamboleaba de modo gracioso a la vez que rugía, al estilo de las antiguas (y disfrutables) películas japonesas de Godzilla. La saga Alien innovó mostrando un monstruo de pesadilla, una criatura cuya visión hacía sentirse violado al espectador gracias a los oníricos diseños de su creador, el suizo H.R. Giger, del cual vemos poco o nada en la película que hoy nos ocupa. Esos diseños dotaron a «Alien, el octavo pasajero» de un aspecto clave: el horror cósmico (también conocido como «terror cósmico materialista»), idea concretada por Lovecraft en sus obras: un horror extraño, ajeno a todo lo humano y que muestra recurrentemente la insignificancia del ser humano frente a la bastedad del cosmos y sus misterios.

«Prometheus» no sólo no trata el horror cósmico, sinó que da un giro de 180 grados hacia lo terraqueo, hacia las inquietudes freudianas y la religión, dando una respuesta al enigma del «space jockey» que sólo podemos calificar de convencional, mundana y profundamente humana, en más de un sentido. Esta película basaba su popularidad inicial en una premisa clara, el «space jockey» y su promesa de lo alienígena, lo ajeno, lo puñeteramente raro e inesperado y, su guionistas, buscando sorprender, en vez de dar más detalles sobre esa premisa inicial simplemente la han negado, haciendo que algunos de los cómics menos avispados sobre la saga Alien parezcan ahora buenas alternativas en cuanto a guión. Este carácter convencional combinado con un guión más o menos consistente pero aun así recargado que enseña más que explica (al estilo del anime japonés), la ausencia casi total de la visión estética única de H.R. Giger y unas criaturas olvidables hacen de ésta una película que los fans de todo el mundo amenazan medio en broma medio en serio con quemar una vez publicada en DVD. Salvo milagros o resets de esos tan de moda en la actualidad, podemos asegurar que estadísticamente, en cuanto a la curiosidad del público, la idea del «space jockey» ha muerto.

Pero hay algo peor: el hecho de que, sin la interferencia de la saga Alien, ésta podría haberse convertido en una película con mucho más éxito y mucho más memorable. Bastaría con cambiar un par de nombres y parte de la estética, en realidad, y ya no tendrían relación alguna. En vez de eso han cargado unas expectativas poco razonables sobre los hombros de una película que no estaba preparada para ellas y con un guión enrarecido en consecuencia, a la vez que han pervertido el espíritu original de una saga clásica de terror.

En resumen, nos encontramos ante una película de ciencia ficción y asco (ni terror ni «gore») que tras treinta años de espera y las astronómicas expectativas levantadas termina siendo más bien entretenida pero que únicamente se mantiene a flote gracias a la interpretación de Michael Fassbender, y ante una precuela no recomendada para los fans de su precursora original, que necesitarán años para poder olvidarla, al estilo de las infames Alien Versus Predator.

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