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Crítica de «El atlas de las nubes»

Por Pablo Agustí Chinchilla

Recientemente se estrenó en España, con varios meses de retraso respecto a los Estados Unidos, la película titulada «El atlas de las nubes» (Warner Bros. Pictures, Universal Pictures, 2012). Se trata de la versión cinematográfica de la novela del exitoso y premiado escritor británico David Mitchell, también conocido por sus novelas «Escritos fantasma» (Ghostwritten, 1999) y «Black swan green» (2006). La dirección de la película en sí, al igual que la elaboración de su guión, ha recaído sobre los hermanos Wachowski, responsables de la trilogía de Matrix, y Tom Tykwer, parcialmente responsable de su banda sonora. El filme cuenta, además, con un vasto elenco de actores de élite interpretando cada uno de ellos como mínimo a tres personajes diferentes a lo largo de la película. Éstos son Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugo Weaving (el memorable Agente Smith de la trilogía de Matrix), el relativamente desconocido Jim Sturgess, Du-na Bae, Ben Whishaw («El perfume», 2006), el británico James D’Arcy, el polifacético Keith David («Algo pasa con mary», «Las crónicas de Riddick», etc.), Susan Sarandon, Hugh Grant y tantos otros.

Ante tal abanico de estrellas es difícil describir a la película como otra cosa que no sea una muestra de buena interpretación de principio a fin, destacando por encima de todo la de Tom Hanks, que llena la pantalla en todas sus encarnaciones. Sin embargo no es la interpretación el rasgo más distintivo de este título, sino su guión, tomado directamente de la novela en la que se basa. Está estructurado en seis relatos interrelacionados entre sí y ambientados en distintas épocas, incluyendo edades futuras. A medio camino entre la fantasía, el cine histórico y la ciencia ficción, esta es una película atípica y arriesgada; de hecho lo es tanto, que puede que ni su colección de estrellas pudiera redimirla en caso de fracasar. Repasemos los diferentes aspectos que la conforman y descubramos si ha superado el reto que su propia estructura supone.

Cada relato presenta a gran parte del conjunto de actores protagonistas en papeles muy diferentes, con cada historia destilando su propio carácter y personalidad. El detalle en la ambientación, pasada o futura, en los entornos o en la indumentaria de los personajes, es simplemente excelente. Cuenta con una diversidad, un rigor y una imaginación que haría necesario ver la película más de una vez si se quisiese captar todos los detalles. Las diversas localizaciones van desde la vida en el siglo XIX hasta el lejano futuro, pasando por la Seúl del siglo XXII, cláramente influenciada por la estética de películas de culto como «Blade Runner» (1982) y su desconcertante percepción de que un futuro definido por la superioridad económica de oriente sería algo inherentemente siniestro y negativo. No obstante, una de las claves principales para disfrutar o no de estas historias reside en la manera en que se encuentran entrelazadas: el flashback (y a menudo, también el «flashforward»). Desde el mismo instante en que la película comienza, se nos bombardea con cambios de localización geográfica y temporal continuos que consiguen que el argumento de la serie «Perdidos» parezca simple y que dejan más de una vez al espectador avispado con una mirada de estupidez y confusión en el rostro. Muy avanzada la película, todas y cada una de las historias llegan a explicarse sin dejar excesivos vacíos argumentales, así como las relaciones que las unen, pero dado que es un filme que dura casi tres horas, la incertidumbre y la incógnita pueden llegar a ser más de lo que muchos espectadores de hoy en día, acostumbrados a la acción simple y previamente masticada, están capacitados para digerir.

Otro aspecto difícil de procesar es la caracterización, el maquillaje. En «El atlas de las nubes», cada actor interpreta a varios personajes, algunos de los cuales pueden pertenecer a otra «raza» o sexo, lo que implica el uso extensivo del maquillaje para transformar su apariencia según las necesidades del guión. No hablamos meramente de maquillaje de ojos ni de colorete, en este caso hemos de referirnos a estas transformaciones como a algo más cercano a las razas alienígenas de Star Trek. Ya sea transformando en mujer a Hugo Weaving, en hombre a Susan Sarandon, en occidental a Du-na Bae, en anciano cirujano ciborg a Halle Berry o en oriental a Jim Sturgess, la caracterización nunca consigue pasar desapercibida y llega a oscilar entre lo cómico y lo descaradamente grotesco. Hace que el espectador se pregunte si este pretendía ser deliberadamente  un detalle divertido o bien simplemente no se ha estado a la altura. Viendo la calidad del resto de detalles estéticos de la película, nos inclinamos por lo primero. La banda sonora del filme juega un papel importante dentro del argumento y lo interpreta con maestría, llegando a emocionar incluso a este crítico frío y curtido de la manera más ridícula y profunda.

Como se ha dicho, gran parte del contenido de la película tiende a la excelencia, pero más allá de la apariencia externa, incluso más allá de la manera de narrar las diferentes historias, encontramos aquel aspecto que determinará definitivamente el veredicto, aquel apartado que definirá su suerte. Hablamos nada más y nada menos que del mensaje, de la moraleja. En esta película la moraleja lo es todo, es la fuerza que supuestamente interconecta las diferentes historias (más vagamente de lo que cualquiera esperaría) y la razón última de las acciones de los distintos personajes, pero hay un problema: es confusa y cambia de una historia a otra. Tal como suena. En ocasiones relativa a algo tan simple como el poder del amor y otras veces relacionada con el efecto duradero e insospechado de las buenas acciones en los acontecimientos futuros, la moraleja de esta película es un galimatías new age semi hippie que, separado de la complejidad de la trama, bien podría habérsele ocurrido a los estudios Disney. De hecho es tan confusa que al final de la obra, tras varias historias que defienden el poder de una mente abierta al conocimiento nuevo y el virtuosismo, termina por introducir unas gotas de temática religiosa que se marchan tan rápidamente como llegan y que dejan al espectador más estupefacto que intrigado o reflexivo. Ciertamente debe tratarse de una parte de la novela que no llegó a desarrollarse excesivamente en el filme o directamente un simple guiño al público estadounidense más rústico, que no solo desconcierta sino que traiciona a lo mostrado previamente.

Y así llegamos a la conclusión. Tres horas de película agradable y bien hecha que consiguen pasar rápidamente pese a la complicada trama se ven reducidas a eso, a esa moraleja que lo inunda todo e intenta darle un sentido al conjunto más allá de entretener y, como en tantas otras obras, no llega a cumplir, por confusa, forzada y (esto es una reflexión subjetiva) excesivamente inocente. El conjunto consigue ser en un sesenta por ciento una gran obra, profundamente disfrutable, llena de buenas interpretaciones y deslumbrantes y originales secuencias de acción, y en un cuarenta por cierto un panfleto de filosofía hippie para disfrutar del cual hará falta un intelecto modesto, además de creer que el mundo es blanco y negro y se divide entre las fuerzas del amor y las de la desilusión, en eterna batalla. Sigue la lógica acuñada por la película «Avatar» (2009) según la cual la solución definitiva a la escasez de recursos no es el desarrollo sostenible sino vivir en un árbol; según la cual el ser humano es malvado, portador del pecado original, y todo lo que toca lo estropea sin posibilidad de soluciones parciales, conduciéndolo a una inevitable vida espiritual y sencillez material; según la cual el uso de tecnología avanzada es signo de maldad y capitalismo despiadado a menos que la utilices envuelto en una túnica blanca y te hagas llamar «clarividente» o algún otro sustantivo ambiguo que recuerde a la filosofía oriental. El conjunto resulta una mezcolanza desigual entre infantil y pretenciosa que desconcentrará a todo aquel que vaya a ver la película para algo más que para entretenerse, un veneno autoinfligido para la misma obra que la alejará del pedestal de los clásicos imperecederos. Sin embargo, la sensación general tras verla es positiva, mucho mejor que la que deja la película media actual y capaz de arrancar alguna sonrisa aquí y allí, y la recomendamos, siempre que se sea consciente de lo que se va a ver; porque por encima de todo hay que reconocerlo: lo han intentado y han estado cerca, muy cerca de conseguirlo.

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