Reseña de la adaptación cinematográfica del clásico manga de Akira Toriyama (Cuidado: puede contener Spoilers).
Si hiciésemos una lista de los chascos cinematográficos más sonados del 2009, sin duda «Dragon Ball Evolution» tendría todas las papeletas de llevarse uno de los primeros premios. La película de James Wong causó revuelo y no es de extrañar. No sólo decepcionó a los fans más intransigentes del manga de Akira Toriyama por haber destrozado por completo la obra original, sino que cualquier cinéfilo de a pie se daría cuenta que la película anda bastante corta en cuanto a originalidad se refiere.
La trama de «Dragon Ball Evolution» gira en torno a Goku (Justin Chatwin), un adolescente iniciado en las artes marciales que recibe como regalo de su abuelo Gohan una de las mágicas Bola de Dragón. La leyenda cuenta que existen siete esferas en el mundo y al juntarlas todas concederán cualquier deseo. En su lecho de muerte, Gohan pide a Goku que busque al maestro Roshi para que le ayude a encontrar las bolas restantes antes de que Piccolo las reúna y se apodere de la tierra.
La historia original trataba de un joven de corazón puro y con una fuerza fuera de lo común que emprendía una «odisea» que le hacía crecer como hombre y como luchador, mientras derrotaba a criaturas cada vez más poderosas que intentaban apoderarse del mundo.
Wong con su versión a lo «Street Fighter» (1994) fracasa a la hora de ofrecernos esa gran historia y prefiere dar vida a un adolescente que es acosado por bullies y en cuyas aspiraciones se incluye el salvar el mundo mientras intenta ligarse a la típica compañera guapa de instituto. Todo eso con unos giros argumentales sin ton ni son y unas puestas en escena totalmente incoherentes.
El interés se pierde desde el minuto uno y culpa de eso es debido a las insulsas actuaciones de sus protagonistas. Tanto Chatwin como Emmy Rossum (Bulma) dejan atrás la imagen de los personajes activos y energéticos de la novela gráfica dando paso a unos protagonistas acartonados y soseras que saltan de escena en escena a trompicones.
Espeluznante es la caracterización del antagonista con su cara semipigmentada de verde y que parece una fusión entre Anakin Skywalker convirtiéndose al lado oscuro y Silas del «Código Da Vinci» (2006).
El único que se salva es Chow Yun-Fat ya que refleja la personalidad, que no la imagen, del maestro Roshi: un anciano algo alocado que persigue a las jovencitas y colecciona revistas eróticas, pero en combate es capaz de propinar más castañas por segundo que el profesor Miyagi en sus momentos álgidos.
El filme cuenta con escenas de lucha memorables, aunque estropeadas por unos efectos especiales nefastos, como la pelea entre Goku y Roshi o Chi-Chi y Mai. Se podría haber sacado mucho más si se hubiese invertido más dinero y tiempo en lograr unos paisajes espectaculares.
La saga Dragon Ball tiene mucho que ofrecer, pero esta adaptación, como si de un chiste cinematográfico se tratase, se centra en un argumento absurdo y sacado de la manga, unos efectos de todo a cien y unos diálogos ridículos que bien podrían haber salido de cualquier comedia adolescente.
Este patinazo fílmico que lo único que lleva es el nombre de un manga de culto, deja al espectador como si le hubiesen lanzado un Kame Hame a bocajarro: totalmente destrozado y con más ganas de reencontrarse con la historia original.
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