La película «Pacific Rim» (Legendary Pictures, Warner Bros. Pictures, 2013) ya ha llegado a nuestros cines. Ha sido dirigida por Guillermo del Toro, quien ya se ocupara en el pasado de adaptaciones tan conocidas como las películas de «Hellboy» y «Blade». Esta vez, el director y escritor mejicano nos sorprende retomando un género antiguo y veterano: el de los kaijus japoneses.
La palabra «kaiju» significa «bestia extraña» o «monstruo» en japonés, y se usa en occidente para referirse concretamente al genero de cine de los monstruos gigantes, aunque en Japón incluya otras clases de criaturas. El más famoso es, por supuesto, Godzilla, pero también incluye a Mothra, Anguirus, Rodan, King Kong, Clover, Gamera y el King Guidorah. Durante años, Japón ha exportado con éxito este género tan propio de su cultura al resto del mundo, y la película que hoy nos ocupa parece el desenlace inevitable de esta tendencia. Pero no al estilo de la semi-humorística, semi-execrable adaptación de Godzilla de 1998. No, esta vez presenciamos una película occidental de monstruos gigantes con los medios y la voluntad de entrar en el género con dignidad y para quedarse, sin renunciar por ello a tener su propia personalidad, elemento en el que los seguidores del cine de Guillermo del Toro percibimos su firma inconfundible.
Su argumento nos sitúa en una situación desfavorable para la humanidad: a principios del siglo XXI una misteriosa grieta dimensional en las profundidades del Océano Pacífico empezó a escupir criaturas descomunales y monstruosas, los llamados kaijus, que desataron destrucción, horror y muerte a su paso. Con el tiempo, las diversas naciones colaboraron en la creación y refinamiento de una nueva arma: el jaeger, un tipo de robot humanoide tripulado, con un tamaño y fuerza que rivalizaba con los de los mismísimos kaijus. Esto proporcionó a la humanidad una serie de alentadoras victorias, pero los kaijus siguen llegando en formas nuevas y cada vez más devastadoras, los jaegers pierden terreno y las opciones cada vez son más limitadas, y es entonces cuando empieza nuestra historia.
En este contexto comienza esta película de acción y efectos especiales espectaculares. Sus apartados gráfico y sonoro son sobresalientes, ya sea ofreciendo una sensación de escala verosímil o produciéndonos escalofríos tras oír el grito de una de las criaturas en la oscuridad. Su apartado musical es sencillo, carismático y de tinte heroico, lo que facilita que sigamos tarareando su banda sonora durante días, incluso al escribir estas líneas. Su estética, el diseño de sus entornos, estructuras, robots y criaturas es muy detallado y destila Guillermo del Toro por los cuatro costados, con su gusto por lo siniestro, lo alienígena y lo lovecraftiano. Los monstruos, ligeramente basados en animales reales para dotarlos de un aura reconocible, no pueden ocultar que han surgido de las mismas mentes y lápices que las criaturas de otras películas del cineasta como «Hellboy 2» (2008) y «El laberinto del fauno» (2006), y lo mismo pasa con su ritmo argumental. Por el camino también nos cuelan pocos pero treméndamente reconocibles elementos estéticos de sagas de videojuegos como la conocida «Mass Effect».
Sobre su argumento y desarrollo, se trata de una película de alto presupuesto atípica, debido a que la historia recae en un grupo amplio de personajes más allá del clásico héroe y su inevitable y mera acompañante femenina. Su esfuerzo por presentar a un grupo homogéneo de personajes principales y secundarios que no siempre están de acuerdo y de dotar a cada uno de ellos de una historia y trama propias y coherentes (salvo contadas excepciones) es precisamente una de las grandes virtudes de esta obra. Del mismo modo, el papel principal femenino interpretado por Kinko Kikuchi sorprende agradablemente, porque va más allá de ser el contrapunto femenino del protagonista y cuenta con su propia historia, miedos y fortalezas, aportándo profundidad en una película no demasiado interesada en explorar una historia de amor. El desarrollo de la acción es acertado salvo en un par de ocasiones en que la acción se corta de un modo un tanto brusco y pese a que la estética de la película tiene su propia personalidad definida, se percibe el intento deliberado de homenajear al cine japonés. La cultura oriental inunda gran parte de sus entornos, mientras las rencillas entre pilotos y las cuestiones de sincronización con los robots gigantes evocan con claridad obras japonesas antiguas y modernas, desde el cine clásico de monstruos gigantes hasta los animes modernos como «Evangelion».
La calidad de la interpretación de sus actores es buena y sin lagunas, en una película que no exige mucho en este sentido. Es posible que el papel interpretado por Idris Elba exigiera un carisma maduro y un sentido de lo veterano y lo venerable mayores de lo que este actor, cercano a los papeles de acción, es capaz de transmitir para resultar del todo creíble. Sin embargo cumple su cometido con dignidad. Uno de los papeles más destacables en este sentido es, curiosamente, la del actor Charlie Day (Bad Company), que aquí interpreta soberbiamente su papel cómico junto a Burn Gorman (Juego de Tronos) y Ron Perlman (Hellboy), uno de los actores fetiche de Guillermo del Toro. Esta vertiente cómica casa a la perfección con la seriedad y tragedia del resto de personajes, y la película le debe a este contraste buena parte de su encanto. Hay que decir que el otro actor fetiche del director es, para sonrisas de muchos, el español Santiago Segura (amigo personal del cineasta), quien de nuevo vuelve a realizar un cameo en su última obra, como ya hiciera en las sagas de Hellboy y Blade.
En conclusión, «Pacific Rim» es una película de acción trepidante, espectacular, bien estructurada y con una fuerte personalidad propia, algo que no abunda entre el cine más comercial; una obra que mantendrá al espectador con las manos pegadas al asiento, presa de la tensión al apreciar los daños que van sufriendo los gigantescos jaegers y sus tripulaciones. Supone una pequeña obra de arte en sí misma y una experiencia tremendamente recomendable, tanto para el profano como para el fan acérrimo de Guillermo del Toro y su equipo quienes, una vez más, se han superado con creces.
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