Recientemente hemos tenido el placer de ver la última obra del director J. J. Abrams: la recién estrenada «Star Trek: en la oscuridad» (Bad Robot / Kurtzman/Orci/Paramount Pictures, 2013). Secuela del filme «Star Trek» que se estrenó en 2009, esta entrega continúa las aventuras del capitán James T. Kirk, su segundo al mando Spock y la tripulación de la nave estelar Enterprise a través de una historia íntimamente relacionada con la serie original y sus películas.
De nuevo encontramos a Chris Pine en el papel del capitán Kirk, a Zachary Quinto como Spock, a Karl Urban como el Dr. McCoy y a Zoe Saldana en el rol de Nyota Uhura, como figuras principales entre un reparto de calidad. Esta vez, y en pleno conflicto de madurez de su capitán, la Enterprise y su tripulación se encargarán de investigar un conjunto de misteriosos y brutales ataques contra estructuras y personal de la Federación; pronto descubrirán que detrás de estos atentados se esconde el intelecto preclaro y salvaje de un antiguo enemigo.
En un contexto en que se producen enésimas secuelas de alto presupuesto con grandes efectos especiales continuamente, la mayoría traidoras a su herencia original, es agradable ver obras como la que hoy nos ocupa. La película parece haber conseguido un equilibrio mayor en cuanto a argumento, ritmo y acción. Su entrega anterior de 2009 era una película de acción muy entretenida, pero en su afán de modernidad convertían a los virtuosos personajes de Star Trek en jóvenes imprudentes y calenturientos en una incesante búsqueda de un precipicio por el que saltar de cabeza, arma en mano y sin despeinarse. Esta vez no es ese el caso, en esta ocasión la película ha alcanzado el difícil equilibrio entre la acción moderna, el guión inteligente y la virtud y los valores originales de la saga, en una mezcla respetuosa con su herencia, incluyendo su estética. Entre otros ejemplos encontramos diversos homenajes muy claros a la saga original y sus películas (incluyendo la aparición de uno de los actores originales), en especial a «La ira de Kahn» (1982) y a «Aquel país desconocido» (1991). Cabe destacar que pese a su origen norteamericano, la película no ha querido adaptarse al gusto de todos y ha mantenido sus valores laicos, pacifistas, no militares y de no intervención, toda una afrenta directa a la cultura estadounidense actual en general.
En el apartado de la interpretación, los actores se defienden, en particular Karl Urban en su papel como Dr. McCoy, una actuación acertadamente exagerada y divertida que habría encajado sin ningún problema en las series y películas originales de la saga. Benedict Cumberbatch sobresale a su vez interpretando a Kahn, con su voz rápida y privilegiada. También encontramos ejemplos de lo contrario, como el de Alice Eve en su papel de rubia complemento, más por el poco papel que le reserva el guión que por su interpretación. Sin embargo, más allá del sobresaliente apartado gráfico y de la cautivadora tecnología futurista desplegada, los cimientos que convierten a la película en algo fuera de lo habitual es la amistad entre los personajes de Kirk y Spock. En una relación que recuerda a las amistades masculinas presentadas hace años por Howard Hawks, ambos personajes comparten un vínculo de camaradería que conmueve y aporta a la ya de por sí amplia muestra de humor de esta obra.
En su apartado musical, la película se muestra correcta y conservadora, con melodías que recuerdan a la saga original y despiertan cierta nostalgia.
Como conclusión, sólo podemos elogiar a esta película, toda una muestra de sano equilibrio, de conciencia sobre las faltas de su predecesora y de respeto a su herencia, de la mano de un director discípulo de los días de gloria de la generación de cineastas de Stevem Spielberg y George Lucas. Y es que sobrevivir con honor al infame Damon Lindelof («Lost», «Prometheus») como co-autor de su guión es objetivamente motivo de aplauso y admiración.
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