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Crítica de «El capital», la nueva película del director griego Costa-Gavras

Por Pablo Agustí Chinchilla

Este viernes 30 de noviembre de 2012 se estrena finalmente en España la película «El capital» (Le capital, Francia, 2012), dirigida por Costa-Gavras, conocido por el compromiso social que irradian sus películas. Puede verse el trailer de la película clicando aquí.

Konstantinos Gavras, más conocido como Costa-Gavras, es un director de cine licenciado en literatura y responsable de películas como «Z» (1969), «Desaparecido» (1982) y «La caja de música» (1989); con una carrera diversa que le ha agenciado varios premios tanto en el terreno del cine más comercial (incluidos dos premios Óscar) como en el de las películas de culto. Especialmente sonada fue la polémica que levantó con el estreno de  «Desaparecido», que le ganó el odio de una buena parte de la sociedad estadounidense por su crítica al papel de los Estados Unidos, más concrétamente el de la CIA, en el golpe de estado de 1973 en Chile. Esta vez, el cineasta nos trae una película dolorosamente cercana a nuestro panorama económico y social actual: la crisis económica y el papel que los bancos han tenido en la misma.

Su guión, coescrito en esta ocasión con Jean Claude Grumberg y Karim Boukercha, gira alrededor del actor y humorista Gad Elmaleh en el papel de un empleado sin apenas escrúpulos del banco ficticio «Fénix», que durante años se dedicará a ascender sin pausa dentro de la estructura organizativa de la institución utilizando estrategias de ética dudosa, en lo que constituye una dura crítica al mundo del capital financiero actual. En su camino a esa cima ilusoria se enfrentará a la tentación, al exceso, a la incompatibilidad de estos con su vida privada e incluso a su propio sentido de lo que es correcto. Esta explicación podría parecer tópica o pensada para atraer la atención más que para describir correctamente la trama. Nada más lejos de la verdad. El filme se las arregla para no perder en ningún momento esa cercanía, ese anclaje en la realidad que las calles y paisajes franceses, tan arquitectónicamente similares a los nuestros, no hacen más que acentuar.

El cineasta franco-griego utiliza y aprovecha con éxito esa difícil unión de conceptos que constituye la sordidez del lujo, la decadencia más absoluta como norma y como modelo a seguir, emular o envidiar, hasta niveles que de tan tristes resultan casi cómicos. No son una ni dos ni tres, sino más, las veces en que el espectador se ve impactado por una única toma, un sólo plano en que, como en una fotografía, se expresan ideas, errores humanos, vergüenzas, etc. sin necesidad de más explicación o movimiento. Claramente es uno de los aspectos formales que más tiempo quedan grabados en la retina después de ver la película, y lo mismo ocurre con los diálogos, permitiendo que sus personajes suelten bombas verbales nada efectistas, de profundo significado pero que podrían oírse de boca de cualquiera de nuestros tíos, primos o abuelos.

Además de la excelente realización, la otra sólida base de la película es el elenco de actores que se ha reunido, entre los que se cuentan caras conocidas como la del irlandés Gabriel Byrne; sin embargo es el actor protagonista, Gad Elmaleh, el que mayor peso interpretativo soporta y al que por ello se le debe mayor ovación. El actor y humorista franco-marroquí consigue dar vida hábilmente a su complicado personaje, con toda su contención, su frialdad, su mentalidad calculadora enfrentada a su inmadurez, su violenta seguridad en si mismo y su aparente sabiduría maquiavelista que, como rápidamente descubre el espectador, esconde más incongruencias que verdades. En resumen, un personaje profundamente contradictorio que a la vez protagoniza y hace sentirse amenazado al espectador en una viva y carnal representación de la clase de persona, en realidad muy común, que ha permitido el estado económico actual al que se enfrenta nuestro continente. Retrata a esa clase de persona que no es tonta ni ignorante de su responsabilidad, que para justificar sus actos convierte a ojos de los demás su decadencia, su exceso, en lo correcto, en la meta a lograr, y que tacha de inmaduro, infantil o engañado a todo aquel que no piense de ese modo, a todo aquel a quien se le ocurra querer hacer las cosas bien, y es precisamente al reconocer este hecho que no podemos dejar de oír en nuestra mente la última y poderosa frase del filme.

Como conclusión, no podemos hacer menos que recomendar enérgicamente esta película, a medio camino entre el cine más visible y las obras europeas de cariz más intelectual. Por supuesto ninguna película es perfecta; «El capital» aumenta su realismo a través de los necesarios conceptos macro económicos, que la película se asegura de explicar claramente de manera regular, pero el hecho de que se base en ellos para el desarrollo de la trama hace que el profano en economía se sienta algo desorientado, sin saber si se halla en el nudo o el desenlace, lo cual la convierte en una obra que se hace larga. Claramente es una desventaja menor que no oculta el hecho de que estamos hablando de una película que entretiene y enseña a partes iguales, y que consigue hacerse un hueco en la memoria.

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